Hace unos pocos días charlaba con alguien que compromete su
jornada en un sinfín de actividades laborales desde muy temprano en la mañana
hasta bien entrada la noche. Se generó un diálogo, más o menos, en estos
términos...:
- Uh... ¿y en qué momento haces todo lo otro?
- ¿A qué te referís con todo lo otro?
- Hacer otras cosas que te gusten..., no sé..., deportes, ir al
cine..., pintar o no hacer directamente, jajajaja...; eso..., "todo lo
otro".
- ¡Ah! Y..., no..., no me queda demasiado tiempo para eso... Qué
se yo... Cuando me desocupo a la noche salgo a caminar un rato mientras paseo
el perro...
- ¿Y te sentís satisfecho cuando termina cada día?
...
Silencio. No hubo respuesta a esa pregunta. En su lugar justificó
con tono conformista (como si justificarse fuera necesario...):
- Son unos diez años más y después sí me dedico a disfrutar. Es
que quiero hacerme un colchón para garantizarme un futuro desahogado.
...
Ahora, el silencio lo hice yo... Y agregué...
- ¿Vos merendás algo?
Desconcierto del otro lado...
- Sí..., unos mates, a las corridas...
- ¿Y vos tenés alguna certeza de que vas a llegar con vida a
calentar el agua de esta tarde...?
...
Silencio de ambos. Fin del
diálogo...
Por Marcela Guelfi
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